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מארי

LOS GRANDES INICIADOS ( 3 ) La creación es eterna y continua como la vida

La teosofía antigua, profesada en la India, Egipto y Grecia, constituía una verdadera enciclopedia, dividida generalmente en cuatro categorías: 1. la Teogonía o ciencia de los principios absolutos, idéntica a la ciencia de los Números aplicada al universo, o las matemáticas sagradas; 2. la Cosmogonía, realización de los principios eternos en el espacio y el tiempo, o involución del espíritu en la materia, períodos de mundo; 3. la Psicología, constitución del hombre, evolución del alma a través de la cadena de existencias; 4. la Física, ciencia de los reinos de la naturaleza terrestre y de sus propiedades.


El método inductivo y el método experimental se combinaban y se fiscalizaban uno a otro en esos diversos órdenes de ciencias, y a cada una de ellas correspondía un arte.

Estos eran, tomándolos en orden inverso y empezando su enumeración por las ciencias físicas: 1. una Medicina especial fundada en el conocimiento de las propiedades ocultas de los minerales, las plantas y los animales; la Alquimia o transmutación de los metales, desintegración y reintegración de la materia por medio del agente universal, arte practicado en el Egipto antiguo según Olimpiodoro y llamado por él crisopeya y argiropeya, fabricación del oro y de la plata; 2. las Artes psicúrgicas que se referían a las fuerzas del alma, magia y adivinación; 3. la Genetliaca celeste o astrología, o el arte de descubrir la relación entre los destinos de los pueblos o de los individuos y los movimientos del universo marcados por las revoluciones de los astros; 4. la Teurgia, el arte supremo del mago, tan raro como peligroso y difícil, el de poner el alma en relación consciente con los diversos órdenes de espíritus y obrar sobre ellos.

Se ve que, ciencias y artes, todo se ligaba y armonizaba en esta teosofía derivada de un mismo principio que llamaré en lenguaje moderno monismo intelectual espiritualismo evolutivo y trascendente.

Se pueden formular como siguen los principios esenciales de la doctrina esotérica: El espíritu es la sola realidad. La materia no es más que su expresión inferior, cambiante, efímera: su dinamismo en el espacio y el tiempo.

La creación es eterna y continua como la vida. El microcosmo-hombre es ternario por su constitución (espíritu, alma y cuerpo), imagen y espejo del macro-cosmos-universo (mundo divino, humano y natural), que es por sí mismo el órgano del Dios inefable, del Espíritu absoluto, que es por su naturaleza Padre, Madre e Hijo (esencia, sustancia y vida). He aquí por qué el hombre, imagen de Dios, puede llegar a ser su verbo vivo.

La gnosis, o mística racional de todos los tiempos, es el arte de encontrar a Dios en sí, desarrollando las profundidades ocultas, las facultades latentes de la conciencia. El alma humana, la individualidad, es inmortal por esencia. Su desenvolvimiento tiene lugar en planos alternativamente ascendentes y descendentes, por medio de existencias por turnos espirituales y corporales. La reencarnación es su ley evolutiva. Llegada a lo perfecto, se libra de esa ley y vuelve al Espíritu puro, a Dios en la plenitud de su conciencia. Del mismo modo que el alma se eleva sobre la ley de la lucha por la vida cuando adquiere conciencia de su humanidad, igualmente se eleva sobre la ley de la reencarnación cuando adquiere conciencia de su divinidad.

Las perspectivas que aparecen en el umbral de la Teosofía son inmensas, sobre todo cuando se las compara con el estrecho y desolado horizonte en que el materialismo encierra al hombre, o con los datos infantiles e inaceptables de la teología clerical. Al contemplarlas por vez primera, se experimenta el deslumbramiento, el escalofrío de lo infinito.

Los abismos de lo inconsciente se abren en nosotros, mostrándonos la sima de donde salimos, las alturas vertiginosas a que aspiramos. Embelesados ante esta inmensidad, pero atemorizados del viaje, deseamos no existir más, ¡llamamos al Nirvana!. Luego, nos damos cuenta de que esta debilidad es lo que el cansancio del marino presto a soltar el remo en medio de la borrasca.

Alguien ha dicho: el hombre ha nacido en un hueco de onda y no sabe nada del vasto océano que se extiende ante él y a sus espaldas. Eso es verdad: pero la mística trascendente empuja nuestra barca hacia la cresta de la ola y allí, siempre azotados por la furia de la tempestad, percibimos su ritmo grandioso; y la mirada, midiendo la bóveda del cielo, reposa en la calma del firmamento azul.


                                                        E. Schure

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