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מארי

EL ÁRBOL DE LA VIDA ( 3/4)

Después de la Quinta Iniciación del Fuego, hube de ser llamado por mi Divina Madre Kundalini. Tenía ella el Niño en sus brazos. Hice cierta petición de tipo esotérico; ella me respondió: "¡Pídele al Niño!" Y claro, le pedí al Niño lo que tenía que pedir, después se me dieron algunas instrucciones que por ahora guardo en secreto.

 
Posteriormente pude recibir la Iniciación de Tiphereth, es decir, sobrevino después de la Quinta Iniciación del Fuego entonces aquel Niño que había visto en brazos de su Madre (es mi Madre Divina puesto que cada uno tiene la suya) penetró ya dentro de mi propio organismo, por la puerta maravillosa de la glándula pineal, que como dijera Descartes es el asiento del Alma. 

Claro, mi cuerpo en este caso viene a ser el establo donde nace el Niño, y el cuerpo de cualquier Iniciado que recibe la Iniciación de Tiphereth es el establo donde el Niño nace, viene al mundo.

Ya en principio puedo decirles que no se nota mucho la presencia del Niño dentro de nosotros, el nace, dijéramos, entre los animales del establo, que no son otra cosa sino los animales del deseo, las pasiones, es decir, los elementos que componen al Yo pluralizado.

Ese Niño tiene que sufrir mucho, nacer entre un establo, el no nace en un gran palacio, el nace en un establo. Claro que va creciendo poco a poco, a través del tiempo. La labor que tiene que hacer ese Niño es muy dura, es el Cristo, y nace en el establo para salvarnos; de manera que todos esos animales del establo él tiene que matarlos en sí mismo, y las tentaciones por las que uno pasa como ser humano, como persona que tiene cuerpo de carne y hueso, son las tentaciones que él tiene que pasar, son sus tentaciones, y el mismo cuerpo de carne y hueso de uno viene a convertirse en su cuerpo de carne y hueso.

Así es como el Hijo del Hombre viene al mundo y se convierte en un hombre con carne y hueso, ahí está el mérito de sus sacrificios, de sus esfuerzos. A medida que va creciendo, los sufrimientos para él van siendo más y más grandes, vencer a las potencias de las tinieblas en sí mismas, siendo él tan perfecto, tiene que vencer a las tinieblas en sí mismo.

Siendo el tan puro, tiene que vencer a la impureza en sí mismo. Habiendo pasado él mas allá de toda posibilidad de tentación, tiene que vencer a las tentaciones en sí mismo. De manera que nuestras tentaciones vienen a ser las tentaciones que él tiene que sufrir en sí mismo. Nuestros dolores vienen a ser sus dolores multiplicados hasta el infinito. Nuestros sufrimientos sus sufrimientos, nuestras preocupaciones sus preocupaciones, nuestras ansiedades sus ansiedades, nuestros anhelos sus anhelos.

Es el Hijo del Hombre, por eso así se le llama el Hijo del hombre, el resultado de sus amarguras. Conforme él va creciendo, también es cierto que todo va muriendo, o mejor dijéramos, conforme van muriendo todos los elementos del establo él va creciendo.

Se va desarrollando, se va haciendo hombre, hasta que llega a tomar la palabra para predicar la enseñanza, la doctrina, hace la obra del Padre, pero tiene que vivir el mismo Drama Cósmico, es el drama de la Alquimia, él es alquimista, es cabalista y él tiene que vivir todo el drama de la Alquimia, el drama alquímico, vivirlo en sí mismo.

El Judas es uno mismo, que lo ha vendido, lo ha cambiado por licores, dinero, mujeres, placeres, por todas las cosas terrenales. El Pilato es uno mismo, que se lava las manos, se cree un santo y muy bueno, se justifica siempre, nunca tiene la culpa de nada. El Caifás de la mala voluntad, es también uno mismo, uno mismo es Caifás. El Judas, Pilato y Caifás lo llevan a la muerte.

El tiene que ser azotado, tiene que ser coronado de espinas y todos los sufrimientos de él, son ocasionados por uno mismo. Sus angustias son espantosas, porque él tiene que vencer para poder ser glorificado. En la glorificación, está su mérito. Si por algo es digno de honras y alabanzas el cordero inmolado que borra los pecados del mundo, es precisamente por ser el Salvador, porque es capaz de sufrir en uno y vencer a la muerte en sí mismo, pues él tiene que llegar a saborear la muerte, a gustar la muerte en sí mismo, porque sólo él puede vencer a la muerte.

P.- ¿Por eso señalaba usted, Maestro, que la vida, pasión y muerte que se representa en las primeras iniciaciones, son simbólicas, pero que las que se representan en la Segunda Montaña ya son auténticas, reales?

R.- Bueno, es claro que antes de recibirse la Iniciación de Tiphereth, se recibe la ilustración del drama químico, o drama alquimista, o cósmico, porque todo alquimista tiene que vivir el drama, el drama de la alquimia sexual. Uno tiene que ser alquimista, para poderse auto realizar.

Algo te dije yo el otro día o ayer. Te dije que a medida que el tiempo, que fuera pasando el tiempo, yo te iría explicando la Alquimia a la luz de tus propias vivencias, de lo que tu mismo fueras viviendo. Es decir, tú me dijiste que a ti no te gustaría una cosa meramente intelectual (y es verdad, ¿no?), sino que, aquello que es la Alquimia, como fundamento o base, lo quisieras vivir.

Y es claro que esa Alquimia, toda, se desenvuelve en el Drama Cósmico: es la vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Jesucristo íntimo, particular. No del Jesucristo de la Tierra Santa, del Venerable que predicó esta doctrina, sino el de nuestro Jesucristo interior, particular, al que alude constantemente Pablo de Tarso y los grandes Maestros...

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