En los centros de iniciación, en los lugares donde se emiten los oráculos, una selección continúa, sin embargo, cultivando la clarividencia y de allí emanan todos los movimientos religiosos y todas las grandes impulsiones civilizadoras. Pero la clarividencia y las facultades de adivinación disminuyen entre la gran masa humana. Esta transformación espiritual e intelectual del hombre, más atraído cada vez hacia el plano físico, corresponde a una paralela transformación de su organismo.
Cuanto más remontamos el prehistórico pasado, más fluido y leve es su envoltura. Luego, se solidifica. Simultáneamente el cuerpo etéreo, que sobrepasaba antes el cuerpo físico, es absorbido por éste paulatinamente hasta convertirlo en su duplicación exacta. Su cuerpo astral, su aura radiosa, que antaño se proyectaba a lo lejos como una atmósfera sirviendo a sus percepciones hiperfísicas, a su relación con los Dioses, se concentra también en torno de su cuerpo hasta no constituir más que un cerco nímbeo, que su vida satura y sus pasiones colorean.
Esta transformación comprende millares y millares de años. Se prolonga hacia la segunda mitad del período atlante y todas las civilizaciones de Asia, del Norte de África y de Europa, de las que emanaron indos, persas, caldeos, egipcios, griegos y pueblos norteños de Europa.
Esta involución de las fuerzas cósmicas en el hombre físico era indispensable para su complemento y su intelectual perfección. Grecia representa el postrero estadio de este descenso del Espíritu en la materia. En ella la fusión es perfecta. Sintetiza Una expansión maravillosa de la belleza física en un equilibrio intelectual.
Pero este templo diáfano, habitado por hombres semi-divinos, se yergue al borde de un precipicio donde pululan los monstruos del Tártaro. Momento crítico. Como nada se detiene y es forzoso avanzar o retroceder, la humanidad no podía menos, al llegar a este punto, de hundirse en la depravación y en la bestialidad, o remontar hacia las cimas del Espíritu con redoblada conciencia.
La decadencia griega y, sobre todo, la orgía imperial de Roma, presenta el espectáculo, a la vez repugnante y grandioso, de este precipitar del hombre antiguo en el libertinaje y en la crueldad, término fatal de todos los
grandes movimientos de la historia.
"Grecia " dice Rodolfo Steiner" realizó su obra dejando tupir gradualmente el velo que recubría su antigua videncia. La raza grecolatina, con su rápida decadencia, señala el más hondo descenso del espíritu en la materia, en el curso de la evolución humana. La conquista del mundo material y el desenvolvimiento de las ciencias positivas lográronse a este precio.
Como la vida póstuma del alma se halla condicionada por su vida terrestre, los hombres vulgares apenas se remontaban después de su muerte. Llevábanse una porción de sus velos, y su existencia astral corría pareja con la vida de las sombras. A ello se refiere la queja del alma de Aquiles en el relato de Hornero: "Es preferible ser mendigo en la tierra que rey en el país de las sombras". La misión asignada a la humanidad postatlante debía forzosamente alejarla del mundo espiritual.
Es ley del Cosmos que la grandeza de una parte es a costa, durante un tiempo, de la decadencia de otra".
Era necesaria a la humanidad una formidable transformación, una ascensión hacia las cumbres del Alma para el cumplimiento de sus destinos. Mas para ello hacía falta una nueva religión, más pujante que todas las precedentes, capaz de conmover las masas aletargadas y remover el ente humano hasta sus recónditas profundidades. Las anteriores revelaciones de la raza blanca habían tenido lugar por entero, en los mundos astral y etéreo, y de allí actuaban poderosamente sobre el hombre y la civilización.
El cristianismo, advenido de más lejos y descendido de más alto a través de todas las esferas, debía manifestarse hasta en el mundo físico para transfigurarlo, espiritualizándolo, y ofrecer al individuo y a la colectividad la inmediata conciencia de su Celeste Origen y de su Divino Objetivo.
No existen, pues, solamente razones de orden moral y social, sino razones cosmológicas que justifican la aparición de Cristo en la tierra.
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