Porque, según la tradición rosicruciana, el Espíritu que habló al mundo bajo el nombre de Cristo y por boca del Maestro Jesús, se halla espiritualmente unido al sol, astro-rey de nuestro sistema.
Cada planeta es obra de distinto orden de potestades creadoras, que engendran otras formas de vida. Cada inmensa potestad cósmica, o sea, cada gran Dios tiene por séquito legiones de espíritus que son sus inteligentes obreros.
La tradición esotérica de Occidente considera a Cristo rey de los genios solares. En el instante en que la tierra separóse del sol, los sublimes espíritus llamados esovofotí por Dionisio Areopagita, Virtudes por la
tradición latina, Espíritus de la Forma por Rodolfo Steiner, retiráronse al astro luminoso que acababa de proyectar su núcleo opaco. Eran de una naturaleza harto sutil para gozarse en la densa atmósfera terrestre en que debían debatirse los Arcángeles.
Pero, concentrados en torno del aura solar, actuaron desde allí con mucho más poder sobre la tierra, fecundándola con sus rayos y revistiéndola con su manto de verdura. Cristo, devenido regente de estas potestades espirituales, podría titularse Arcángel solar. Cobijado por ellas permaneció mucho tiempo ignorado por los hombres bajo su velo de luz.
La tierra ingente sufrió el influjo de otro Dios cuyas legiones se hallaban entonces centralizadas en el planeta Venus. Esta potestad cósmica se llamó Lucifer, o Arcángel rebelde por la tradición judeo-cristiana, que precipitó el avance del alma humana en la conquista de la materia, identificando el yo con lo más denso de su envoltura. A causa de ello fue el causante indirecto del mal, pero también el impulsor de la pasión y del entusiasmo, esta divina fulguración en el hombre al través de los tumultos de la sangre. Sin él careceríamos de razón y de libertad y le faltaría al espíritu el trampolín para rebotar hacia los astros.
La influencia de los espíritus luciferianos predomina durante el período lemuriano y atlante, pero desde el comienzo del período ario se hace patente la influencia espiritual que emana del aura solar que se acrecienta de período en período, de raza en raza, de religión en religión. Así, paulatinamente, Cristo se acerca al mundo terrestre por medio de una radiación progresiva.
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