Hemos llegado a un punto de la evolución humana y divina en que es preciso recordar el pasado para comprender el porvenir. Porque hoy, el influjo de lo superior y el esfuerzo de lo inferior convergen en una fusión luminosa que proyecta sus rayos, retrocediendo, sobre el inmemorial pasado, y avanzando hacia el infinito futuro.
¡Qué hay de sorprendente que aparezca a los intransigentes materialistas como una desviación funesta y a los simples creyentes como un golpe teatral que anula el pasado para reconstruir y refrigerar de nuevo al mundo! A decir verdad, los primeros son víctimas de su ceguera espiritual y los segundos de la estrechez de sus horizontes.
Si, de una parte, la manifestación de Cristo por medio del Maestro Jesús es un hecho de significación incalculable, de otra ha sido incubada por toda la precedente evolución.
Una trama de invisibles hilos ayúntala a todo el pasado de nuestro planeta. Esta radiación proviene del corazón de Dios para descender hasta el corazón del hombre y recordar a la tierra, hija del Sol y al hombre, hijo de los Dioses, su celeste origen.
Tratemos de dilucidar, en pocas palabras, este misterio. La tierra con sus reinos, la humanidad con sus razas, las potestades espirituales con sus jerarquías que se prolongan hasta lo Insondable, evolucionan bajo idéntico impulso, con movimiento simultáneo y continúo. Cielo, tierra y hombre marchan unidos.
El único medio de seguir el sentido de su evolución consiste en penetrar, con mirada única, estas tres esferas en su común tarea y considerarlas como un todo orgánico e indisoluble. Así considerando, contemplamos el estado del mundo al nacer el Cristo y concentremos nuestra atención sobre las dos razas que representan, en aquel momento, la vanguardia humana: la greco-latina y la judía.
Desde el punto de vista espiritual, la transformación de la humanidad desde la Atlántida hasta la era cristiana, nos ofrece el doble espectáculo de un retraso y de un progreso. De un lado la disminución gradual de la clarividencia y de la directa comunión con las fuerzas de la naturaleza y las potestades cósmicas. De otro, el activo desenvolvimiento de la razón y de la inteligencia, a que sigue la conquista material del mundo por el hombre.