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מארי

EL DERECHO SIN EL DEBER ES LA LOCURA. EL DEBER SIN EL DERECHO ES LA ESCLAVITUD. ¿Sería el cielo más limpio si estuviese vacío? ¿No es acaso admirable contemplarlo en el día cuando ilumina a la tierra y en la noche cuando brilla con una multitud innumerable de planetas y de soles? ¿No será que la espléndida tierra, la tierra de los inmensos océanos, la tierra exuberante de árboles y flores se torna una inmundicia para ti porque pretendías lanzarte en el vacío? ¡El vacío está en tu espíritu y en tu corazón!

La necesidad sin libertad sería tan nefasta como la libertad privada de su freno necesario. El Derecho sin el Deber es la locura. El Deber sin el Derecho es la Esclavitud.

Todo el secreto del magnetismo consiste en esto: gobernar la fatalidad de OB por la inteligencia y el poder de OD, a fin de crear el equilibrio perfecto de AUR.

El magnetizador desequilibrado y dominado por sus pasiones, que quiere imponer su actividad a la luz fatal, se asemeja a un hombre que, con los ojos vendados y montados en ciego caballo, lo espoleara en medio de una sinuosa selva llena de precipicios.

Los adivinos, los tiradores de cartas y los sonámbulos son todos alucinados que adivinan por medio de OB. La copa de agua de la hidromancia, las cartas de Etteilla, las líneas de la mano, etc., producen en el vidente una especie de hipnotismo. Ve entonces al consultante en los reflejos de sus deseos insensatos o de sus imaginaciones amorosas, y como a su vez, es un espíritu sin elevación y sin nobleza de voluntad, adivina las locuras y sugiere otras mayores, logrando así gran éxito.

Un cartomántico que aconsejase la honestidad y las buenas costumbres perdería luego su clientela de concubinas y solteronas histéricas.

Las dos luces magnéticas podrían muy bien llamarse respectivamente, luz viva y luz muerta; fluido astral y fósforo espectral; antorcha del verbo y humareda del sueño. Para magnetizar sin peligro es preciso tener en sí la luz de la vida, es decir, ser un sabio y un justo.

El hombre esclavo de las pasiones no magnetiza, fascina; pero la irradiación de su fascinación aumenta alrededor de él el círculo de su vértigo, multiplica sus encantos y enflaquece cada vez más su voluntad. Se asemeja a una araña que se agota y al fin queda presa en su propia tela.

Los hombres que aún no conocen el imperio supremo de la razón, la confunden con el raciocinio particular y casi siempre erróneo de cada uno. El señor de la Palice les diría: “quien se engaña no tiene razón, siendo la razón, precisamente, lo contrario de nuestros errores”.


 Los individuos y las masas a quienes la razón no gobierna son esclavos de la fatalidad, la cual rige la opinión que es, a su vez, reina del mundo.

Los hombres quieren ser dominados, aturdidos, arrastrados. Las grandes pasiones les parecen más bellas que las virtudes, y aquellos a quienes llaman grandes hombres suelen ser, las más de las veces, grandes insensatos.

El autor de una paradoja siempre tiene la certeza de adquirir renombre. Y por más que lo condenen al olvido, por despecho o por envidia, el nombre de Erostrato encarna tanta belleza demencial, que supera a su ira y se impone eternamente a su recuerdo.

Los locos son, pues, magnetizadores o más bien fascinadores, y eso es lo que torna contagiosa la locura. Por no saber medir lo que es grande la gente se apasiona frente a lo extraño.

Las criaturas que aún no pueden andar, quieren que la gente las tome en brazos y las lleve de paseo. Nadie ama tanto la turbulencia como el impotente. Es la incapacidad del goce lo que engendra los Tiberios y las Mesalinas.

El pillo de París quería ser Cartouche en el paraíso de las calles arboladas y reía de corazón al ver ridiculizar a Telémaco. No todos tienen el gusto de la embriaguez del opio o del alcohol, pero casi todos quieren embriagar el espíritu y complacerle fácilmente haciendo delirar el corazón. Cuando el cristianismo se impuso al mundo por la fascinación del martirio, un gran escritor de aquel tiempo formuló el pensamiento de todos, exclamando: “Creo porque es absurdo”.

La locura de la cruz, como el propio San Pablo la llamaba, era entonces invenciblemente invasora. Se quemaban los libros de los sabios y San Pablo preludiaba en Efeso los hechos de Ornar. Derribaban sé templos que eran maravillas del mundo e ídolos que como obras eran primicias del arte. Tenían el gusto de la muerte y querían despojar la existencia presente de todos sus ornamentos para desprenderse de la vida. El disgusto de las realidades siempre acompaña al amor de los sueños: ¡Quam sordet tellus dum coelum aspicio!, dice un célebre místico; literalmente: “¡cuan sucia se torna la tierra cuando contempla el cielo!”.

¡Tu mirada, al perderse en el espacio, es la que mancha a la tierra, tu nodriza! ¿Qué es, pues, la tierra sino un astro del cielo? ¿Será porque te lleva encima que la ves inmunda? ¡Que te lleven al sol y tus disgustos también lo enturbiarán!

¿Sería el cielo más limpio si estuviese vacío? ¿No es acaso admirable contemplarlo en el día cuando ilumina a la tierra y en la noche cuando brilla con una multitud innumerable de planetas y de soles? ¿No será que la espléndida tierra, la tierra de los inmensos océanos, la tierra exuberante de árboles y flores se torna una inmundicia para ti porque pretendías lanzarte en el vacío? ¡El vacío está en tu espíritu y en tu corazón!

Es el amor por los sueños lo que mezcla tantos dolores a los sueños de amor. El amor, tal como nos lo da la Naturaleza, es una deliciosa realidad, y es nuestro orgullo enfermizo el que pretende algo mejor que la Naturaleza. De esto proviene la locura histérica de los no comprendidos; el pensamiento de Carlota en la cabeza de Werther se transforma, fatalmente, en lo que tenía que ser y toma la forma brutal de una bala de revólver. El amor absurdo tiene como desenlace el suicidio.

El amor verdadero, el amor natural, es el milagro del magnetismo. Es el entrelazamiento de las dos serpientes del Caduceo; parece producirse fatalmente, pero es producido por la razón suprema que le hace seguir las leyes de la Naturaleza.

La fábula refiere que Tiresias habiendo separado dos serpientes que se unían, incurrió en la cólera de Venus y se tornó andrógino, lo que anuló en él el poder sexual; después lo hirió la diosa irritada y lo dejó ciego, porque atribuía a la mujer lo que conviene principalmente al hombre.

Tiresias era un individuo que profetizaba por la luz muerta. Por eso sus predicciones siempre anunciaban dolencias que incluso parecían provocar. Esta alegoría contiene y resume toda la filosofía del magnetismo que acabamos de revelar. 

                                         El Gran Arcano 

                                            Eliphas Levi

Nota: Od, Ob, Aur. Od, fluido magnético generado por los cuerpos minerales, vegetales y animales, visible para los sensitivos en estado de vigilia. Es la luz ódica del Barón de Reinchembach; palabra sacada de la Cábala hebrea, en la cual ella representa sólo el polo positivo de la luz o fluido astral. Ob, el polo contrarío de la misma luz. Aur, en Cabala representa a la Luz, primera manifestación del Verbo creador. Cuando esta luz se polariza positivamente, es decir, en el sentido del bien, se llama OD, y cuando se polariza negativamente en el sentido del mal, es Ob. La misma luz primaria en su grado de manifestación inferior recibe el nombre de Aur, el fuego.

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