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מארי

DIOS NO ESCRIBIÓ LAS LEYES EN LAS PÁGINAS DE LOS LIBROS, SINO EN TU CORAZÓN Y TU ESPÍRITU

EL ANGEL DE LA VIDA... No seas ingrato con tu Creador porque El te ha dado la vida.  No busqueis la Ley en las escrituras, porque la Ley es la vida, y las escrituras solo son palabras.  Te diré en verdad, Moisés no recibió de Dios Sus leyes en forma escrita, sino a través de la palabra viviente. La Ley es la palabra viva del Dios viviente, para los profetas vivientes y para los hombres vivientes. La Ley está escrita en todo aquello que tiene vida.


La Ley se encuentra escrita en las praderas, en los árboles, en el río, en las montañas, en las aves del cielo, en las criaturas selváticas y en los peces del mar.  Pero la Ley se encuentra escrita de modo especial en ti mismo. Todas las cosas vivientes están más cerca de Dios que las escrituras que no tienen vida. Así creó Dios la Vida y todas las cosas vivientes, de modo que ellas pudiesen enseñarle a los Hijos de los Hombres, las leyes del Padre Celestial y la Madre Tierra; por medio de la palabra eternamente viva.

Dios no escribió las leyes en las páginas de los libros, sino en tu corazón y tu espíritu. Esas leyes están en tu aliento, en tu sangre, en tu carne, en tus ojos, en tus oídos y en todas las partes pequeñas de tu cuerpo. Las leyes están presentes en el aire, en el agua, en la tierra, en las plantas, en los rayos solares, en los abismos y en las alturas.

Todas ellas te hablan para que puedas entender el lenguaje y la voluntad del Dios viviente. Las escrituras son obra del hombre, pero la vida y todas sus huestes son la obra de Dios.

OH gran Creador, primero hiciste los Poderes Celestiales y revelaste las leyes celestiales; desde Tu propia mente nos diste entendimiento e hiciste nuestra vida corpórea.

Te damos gracias, OH Padre Celestial, por todos Tus múltiples dones de vida, por las cosas preciosas que están en los cielos, por el rocío, por las cosas preciosas que se hacen manifiestas ante la luz de la luna, por las grandes cosas que hay en las colinas abruptas y por las cosas preciosas que hay en la tierra.

Te damos gracias Padre Celestial, por el vigor de la salud, por la salud del cuerpo, por el brillo, rapidez y claridad de los ojos, junto con la agilidad de los pies y la prontitud con que los oídos escuchan, por la fuerza de los brazos y la vista potente del águila.

Por todos los múltiples dones de vida, adoramos el fuego de la vida, adoramos la Luz Santa de la Jerarquía Celestial, adoramos el fuego, la bondad y la amistad, adoramos el fuego de la vida.  Adoramos el fuego de la vida, porque es muy benéfico y muy útil, el protector y generoso, adoramos el fuego que es la Casa del Señor.

He aquí ahora al Niño de la Luz, que habla con el Ángel de la Vida. Mirad, su fuerza la tiene en la cintura y su vigor está en los músculos de su pecho. Mueve sus piernas como un cedro, los tendones de sus muslos están unidos entre si, sus huesos son como tubos de bronce, sus miembros son como barras de hierro. Él, come de lo que hay en la mesa de la Madre Tierra; la hierba del campo y las aguas del arroyo lo nutren. Ciertamente, las montañas le dan alimento. Benditos sean su fortaleza y su belleza, porque él sirve a la Ley. Un santuario del Espíritu Santo es el cuerpo en el que arde con luz eterna el fuego de la vida.

Te damos gracias Padre Celestial, porque nos has situado en una fuente de agua corriente, porque nos has dado una primavera viviente en esa tierra de sequía y la cual riega un jardín eterno de maravillas. El Árbol de la Vida, misterio de misterios, hace crecer ramas duraderas para sembrar eternamente, para hundir sus raíces en la corriente de vida de una fuente eterna. Extracto del libro los Rollos del Mar Muerto

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