Olas despiadadas
Golpean sus flancos,
salpicando de salmuera
A los jinetes de las profundidades.
En la oscuridad
Se abrazan unos a otros,
Cantando viejas letanías
Al Dios altísimo
En su lengua nativa.
Yosef, guardián vigilante,
Ruega al patrón
Le proporcione una vela.
Con el corazón angustiado
Protege a la mujer y la niña
Del golpe de las olas y del viento.
No muestran ellas temor,
Confiadas en su Dios.
Qué coraje y qué fuerza
Alientan en esa mujer,
Cuya fe la ha conducido
Hasta ese momento de oscuridad total.
Cede poco a poco la tormenta;
El viento se calma.
Y las olas se amansan:
Ahora el bajel se balancea
Al ritmo suave de una cuna.
Duermen serenas
Sobre el regazo de las profundidades,
Mientras Yosef vigilante monta la guardia,
Custodio de la Sangre Real, del Santo Grial.
Ahora su manto está seco.
Cristales de sal forman estrellitas
Cuando el sol estival
Seca la espuma de las olas.
Que horas antes
Amenazaban con engullirlas.
Los ojos le queman, le escuecen
Por el sueño que no ha dormido
Y por la amarga.
¿Que es lo que ve?
¿Una sombra borrosa
allá en el horizonte?
¿Una visión, penosamente inducida?
¿O es tierra?
Despierta a sus amigos
Y les señala el norte al otro lado del mar:
"Mirad, nuestro Dios está con nosotros:
¡Hemos encontrado la tierra prometida!"
Máximo y Lázaro empuñan los remos
Abandonados durante la tempestad
Y empiezan de nuevo a remar.
Blancas playas brillan
Bajo un cielo azul.
Cipreses, cidros, flores silvestres
Deleitan sus ojos anhelantes.
Los hombres saltan al agua
Y empujan su nave hasta tierra.
Una pequeña sonrisa ilumina ahora
El rostro de Yosef quemado por los soles:
Recuerda a Noé sobre el monte Ararat,
"Hemos sobrevivido a los terrores de la noche.
Al fin mi carga sagrada está a salvo,
La Sangre Real, el vaso sagrado,
La raíz de Jesé y la parra de Judá,
Que ahora será plantada
Junto a una corriente fecundante.
De cierto que el pastor de Israel
Nos ha preparado los pastos."
Ayuda a la reina a bajar.
Con las sandalias en la mano
Vadea ella las aguas bajas
Hasta las arenas de cristal.
Regia y erguida,
La brisa juega con su cabellera.
Su niña al fin está a salvo
Y al fin libre.
También lo son Marta y Lázaro
Huyeron los terrores de la tiranía
Y los caprichos del mar.
La paz y el gozo los envuelven.
Ella contempla tiernamente a su hija,
Nacida ene el duro destierro.
El designio de Dios no fue un hijo,
Que condujese ejércitos a la batalla,
Vástago de la casa de David y de la tribu de Judá,
León valiente para aplastar el puño brutal de Roma
Y exigir el trono real.
No.
Esta vez Dios ha elegido una niña.
Lo que sembraron con lágrimas
Lo recogieron con gozo
Y regresaron a casa
Cargando sus gavillas.
"Y tú, OH Magdal-eder,
Torre del rebaño,
Colina de la hija de Sión,
Por ti llegará
La soberanía de antaño...
Más ahora vivirás en el campo...
Y de allí serás liberada."
(Miq 4,8-10)
Shalom. Amén
María Magdalena y el Santo Grial
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