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מארי

EL HÁBITO DE LA MEDITACIÓN > Ignoran los principiantes la fuerza que es puesta en sus manos al enseñárseles a meditar y desprecia, quien no ora diariamente, la oportunidad y el medio de hacer de su alma divina vibración.

El pensar es tan sólo uno de los elementos del ejercicio. Discurrir, razonar, reflexionar, no implica un real y profundo movimiento de la substancia anímica. El pensar, en la meditación, tiene por fin delinear el objetivo del ejercicio y provocar los estímulos necesarios para su realización.

Meditar no es sentir. El sentir es otro de los elementos del ejercicio. El sentir es, en la meditación, la plasmación en la substancia anímica de lo pensado.

Meditar no es hablar. Las palabras que se empleen en el ejercicio sirven para expresar las imágenes que se forman, las sensaciones que se experimentan y los propósitos que el corazón y la mente tienden a realizar.


Meditar es lograr un estado vibratorio especial, una calidez determinada que provoque movimientos en la substancia anímica y plasmación de formas nuevas en la misma, dando como resultado una naturaleza diferente.





Nunca se hablará suficientemente de la importancia de este ejercicio y nunca serán bastantes las palabras de los oradores y superiores tendientes a enamorar a las almas de este vital elemento de superación.

Ignoran los principiantes la fuerza que es puesta en sus manos al enseñárseles a meditar y desprecia, quien no ora diariamente, la oportunidad y el medio de hacer de su alma divina vibración.

Para meditar es necesario, en primer término, una disposición adecuada; quien debe hacerse violencia para meditar, quien no corre hacia la meditación ni anhela el momento de su realización, no ama su propia liberación ni se dispone para este acto de verdadera magia divina. La meditación debe ser anhelada, esperada, buscada. Requiere una disposición hecha hábito; toda resistencia mengua el poder transformador de la Meditación.

Habitúese por ello el Hijo a anhelar el momento de la cita sagrada y a hallarse dispuesto para la realización del ejercicio.

El hábito de la meditación siempre a la misma hora y en el mismo lugar es muy productivo.
El solo sentarse del meditante en el lugar acostumbrado lo dispone de inmediato al recogimiento propicio para entrar en estado de meditación. Ello es porque sentándose queda vencida la resistencia inicial. Además se presupone que el lugar donde habitualmente se medita es de un ambiente mental selecto que estimula la oración.

El organismo y las actividades habituales se adecuan si se elige y se observa permanentemente la misma hora de meditación. Porque generalmente todos los días, en las horas matutinas, el organismo se encuentra en el mismo estado y no interfieren en el ejercicio el cansancio del cuerpo, el trabajo del sistema digestivo, ni el llamado de las actividades habituales de las horas posteriores que distraen e indisponen.

No se adopten posiciones raras ni rebuscadas, sino aquellas naturales de cada individuo en que mejor logra trabar el fluir desordenado de sus pensamientos y volcar su alma en la infinitud divina.

Aún cabe recomendar alguna oración vocal grata al alma del meditante, antes de entrar directamente al recinto interno, al tabernáculo purísimo, donde su naturaleza humana, en contacto con la vibración divina, ha de ser elevada y transmutada.

Téngase, por otra parte, preparados los temas de interés para el meditante, a fin de que no se vea necesitado en ese momento de realizar un esfuerzo mental para hallar el tema y los demás elementos de la meditación. Tal esfuerzo, en vez de facilitar el recogimiento y la entrada al tabernáculo, sólo facilitaría la salida y expansión de la mente.

Sólo así pueden esperarse resultados provechosos de la meditación, en la salud del alma.

                                                 Bovisio

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