Lo que es finito para la inteligencia es,
fútil para el corazón. Pero es imposible que seamos conscientes de la
voluntad del sentimiento y de la razón como de fuerzas finitas; porque
cada perfección, cada fuerza y esencia es la verificación y la
afirmación inmediata de sí misma. No es posible amar, querer y pensar,
sin sentir estas actividades como perfecciones.
La
conciencia significa, para un ser, que es objeto de sí mismo; por lo
tanto, no es algo particular, no es algo diferente del ser que es
consciente de sí mismo.
De otro modo ¿cómo podría ser consciente de sí
mismo? Por eso es imposible ser consciente de una perfección como si
fuera una imperfección; es imposible sentir el sentimiento como limitado
e imposible pensar el pensamiento como limitado.
La
conciencia significa activarse a sí mismo, afirmarse a sí mismo,
amarse a sí mismo; significa alegría de la propia perfección. La
conciencia es el signo característico de un ser consciente; la
conciencia sólo existe en un ser satisfecho y perfecto. Hasta la propia
vanidad humana confirma esta verdad.
El
hombre se mira en el espejo; él tiene complacencia en su figura. Esta
complacencia es una consecuencia necesaria y gratuita de la perfección,
de la belleza de su figura. La figura hermosa está satisfecha en sí
misma; necesariamente se alegra de sí, necesariamente se complace en sí
misma. Sólo es vanidad, cuando el hombre mira con complacencia
solamente su propia figura individual; pero no cuando él admira su
propia figura humana. El debe admirar; no puede imaginarse ninguna
figura más bella, más sublime que la humana.
En
verdad, cada ser se ama a sí mismo, ama lo que es y debe amarlo, la
existencia es un bien, todo lo que es digno de la existencia, dice
Bacon, es digno también del saber. Todo lo que existe tiene valor, es un
ser dotado de distinción; por eso se afirma, por eso se sostiene. Pero
la forma más alta de la afirmación de sí mismo, aquella forma que
hasta es por sí sola una distinción, una perfección, un privilegio y un
bien es la conciencia.
Cada
limitación de la razón o de la esencia del hombre en general, se debe a
una equivocación o a un error. Por cierto el individuo humano puede y
debe sentirse limitado a reconocerse como tal -pues en esto consiste su
diferencia del individuo animal-; pero sólo puede ser consciente de
que es limitado y finito, porque su objeto es la perfección, la
infinitud de la especie, ya sea como objeto del sentimiento o de la
conciencia o de la inteligencia.
Cuando
el individuo humano atribuye su propia limitación a la especie, se
debe esto a la equivocación de que se confunde con la especie -una
equivocación que yo sepa que es exclusivamente mía, me humilla, me
avergüenza y me intranquiliza. Por eso, para librarme de esta vergüenza,
de esta intranquilidad, atribuyo los límites de mi individualidad a
una cosa inherente a la esencia humana misma. Lo
que para mí es inconcebible lo será también para los demás; luego ¿por
qué me preocupo de eso? pues no es culpa mía. No es la culpa de mi
inteligencia; es la culpa de la inteligencia de la misma especie. Pero
es una locura, una locura ridícula y a la vez injuriosa declarar como
limitado y finito lo que constituye la naturaleza del hombre, la esencia
de la especie, que es la esencia absoluta, del individuo.
Cada esencia se basta a sí misma. Ninguna esencia puede negarse a sí misma, es decir, negar lo que es; ninguna esencia es para sí misma una esencia limitada. Cada esencia es más bien infinita en sí y para sí, lleva su Dios, su Ser Supremo, en sí misma.
Cada esencia se basta a sí misma. Ninguna esencia puede negarse a sí misma, es decir, negar lo que es; ninguna esencia es para sí misma una esencia limitada. Cada esencia es más bien infinita en sí y para sí, lleva su Dios, su Ser Supremo, en sí misma.
Feuerbach
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