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מארי

LA LUZ ETERNA ES INVISIBLE A LOS OJOS MORTALES Y LLENA DE INMENSIDAD

El movimiento perpetuo es la ley eterna de la vida. En todas partes se manifiesta, como la respiración en el hombre, por acción y repulsión. Toda acción provoca una reacción, toda reacción es proporcional a la acción. Una acción armoniosa produce su correspondiente en armonía.

Una acción discordante necesita de una reacción en apariencia disconforme, pero en la realidad equilibrante. Si oponéis la violencia a la violencia, perpetuáis la violencia, pero si opusieras a la violencia la fuerza de la dulzura, haréis triunfar la dulzura destruyendo la violencia.

Hay series de verdades que parecen mutuamente opuestas porque el movimiento perpetuo las hace triunfar una por vez. El día existe y la noche también existe, y ambos existen simultáneamente, pero no en el mismo hemisferio.

Hay sombra en el día, hay claridades en la noche, y la sombra en el día lo torna más potente, como la claridad en la noche hace aparecer a la noche más oscura. El día visible y la noche visible sólo existen así para los ojos. La luz eterna es invisible a los ojos mortales y llena de inmensidad. El día en las almas es la verdad, la noche es para ellas la mentira.

Toda verdad supone y necesita una mentira, a causa del límite de las formas, y toda mentira supone y necesita una verdad en las rectificaciones de lo finito por lo infinito. Toda mentira contiene cierta verdad, que es la precisión de la forma, y toda verdad está, para nosotros, envuelta en una cierta mentira, que es lo finito de su apariencia.

Así también será verdad, o solamente probable, que exista un inmenso individuo (o tres que hacen uno), invisible y que recompensa a los que le sirven dejándose ver; que está presente en todas partes, incluso en el infierno, donde tortura a los condenados privándolos de su presencia; que quiere la salvación de todos, pero dispensa su gracia a un pequeñísimo número; impone la ley del terror y consiente en todo lo que la haga dudosa.

¿Puede existir semejante Dios? No, no; y ciertamente que no. La existencia de Dios presentada y afirmada en esta forma es una verdad disfrazada, envuelta totalmente en mentiras.

Debemos reconocer que todo existió y existirá, que la sustancia eterna se basta a sí misma y que la forma está determinada por el movimiento perpetuo; que de otro modo todo sería fuerza y materia y no existiría el alma, siendo el pensamiento apenas un producto del cerebro, y Dios, nada más que la fatalidad del ser. Rotundamente no; porque esta negación absoluta de la inteligencia repugnaría aun a los instintos de los animales.

Es evidente que la afirmación contraria necesita la creencia de Dios. ¿Este Dios se manifestó fuera de la naturaleza, personalmente a los hombres, y les impuso ideas contrarias a la naturaleza y la razón?

Ciertamente no, porque el hecho de tal revelación, si existiese, sería manifiesta para todos; y, además, aunque el hecho de una manifestación exterior proveniente de un desconocido fuese de una realidad incuestionable, si tal ente aparece en contradicción con la razón y la naturaleza, no puede ser Dios. Moisés, Mahoma, el papa y el gran Lama dicen, que Dios les habló a cada uno de ellos con exclusión de los otros, y aseguran, a cada cual, que otros son farsantes.

Y entonces, ¿Son todos mentirosos? No, se engañan cuando se dividen y dicen la verdad cuando concuerdan. Más, ¿Les habló Dios o no? Dios carece de boca y de lengua para hablar a la manera de los hombres. Si habla, es en las conciencias, y todos nosotros podemos oírlo.

Es El quien aprueba en nuestros corazones la palabra de Jesús, la de Moisés cuando es sabia, y la de Mahoma cuando es bella. Dios no está lejos de cada uno de nosotros, dice San Pablo, pues es en El que vivimos, nos movemos y estamos.

                                                                   EL GRAN ARCANO

                                                                Eliphas Levi                                                 

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